jueves, 9 de septiembre de 2010

El sol del Ramadán




El sol sale a eso de las 5,30 y sale a lo bestia. Es difícil no darse cuenta del poder del dios Ra en este país. Por mucho que otras religiones y creencias hayan querido imponerse, aquí la vida se organiza en torno a los deseos de Ra, el principal dios de los antiguos egipcios. Incluso hemos visto que el ayuno se corta a diferentes horas en diferentes lugares, dependiendo de la hora a la que el sol se oculta.
En ese mismo instante en el que el dios sol se oculta comienzan a escucharse las llamadas desde todos los minaretes al unísono. El mundo, que en los últimos minutos ha estado casi callado, aletargado, pero en tensión, estalla de repente y a las liturgias que se difunden de arriba abajo se suma el bullicio de los creyentes que celebran a ras del suelo, diciendo adiós al último rayo, haber podido cumplir un día más de ayuno y se disponen a disfrutar del ágape bien merecido.
De repente, no más allá de 2 minutos después, vuelve a hacerse el silencio, las calles vacías, la noche que llega y el mundo parece que se detiene.
Pero no es verdad, lo que pasa es que todo ser viviente está llenando sus estómagos de bebida (que la sed acumulada durante el día es muy fuerte) y de comida.
La liturgia gastronómica comienza. En la zona del desierto, con dátiles y sopa, para reponer fuerzas rápidamente y preparar el estómago poco a poco, descansando un poco para seguir con  los platos más potentes y especiados. En otras zonas, según toque, según sea costumbre o según se pueda. El caso es reponer líquidos y comer, comer, comer.
A reglón seguido, el bullicio aparece en las calles, las tiendas se llenan de visitantes, queda poco para el fin del Ramadán y hay que ir preparando la festividad con comidas, vestidos..., el cole empezará también pronto y hay que reponer los materiales escolares... En fin, que el caso es salir. Es la hora de los atascos. Y el bullicio no cesará hasta bien entrada la noche.
Más tarde, a eso de las 4 de la madrugada, con la nueva llamada desde los altos minaretes, la gente despertará, se prepararán más viandas con las que los cuerpos podrán hacer frente al nuevo día, que llegará en una o dos horas... Pero para entonces unos dormirán y otros no tendrán más remedio que afrontar la jornada de trabajo.

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