jueves, 2 de septiembre de 2010

30/08/2010

30/08/2010
El día del Desierto Blanco.
Qué suerte, no nos han hecho madrugar. Después de un rico desayuno nos embarcamos en un ruta por el desierto líbico, ahí vamos los cuatro: nuestro guía, Abu, conocedor de todas las cosas y Mohy, nuestro conocedor del desierto y conductor apasionado. Hemos comenzado con unas vistas del desierto negro, subiendo y bajando dunas como si del rallie de los faraones se tratara y alucinando con el paisaje marciano que nos rodeaba. A eso de cuando más aprieta el calor de la mañana, un bañito en medio del desierto, en una poza de aguas algo sulfuradas y ricas en hierro, simplemente alucinante Mientras nos dábamos el homenaje del baño, han llegado en otro todoterreno  un grupo de tres jóvenes japoneses, se nos quedan mirando y, después de unas palabras entre ellos, uno se queda en gayumbos y el resto se lanza al agua en tejanos. Son tan extraños como siempre: al principio modositos y al final acabaron en un desenfreno total de risas y agua. Terminamos el baño y nos vamos a llenar nuestros dos estómagos con una rica comida mientras que el resto de los locales sigue su ayuno (Abu y Mohy entre ellos).
Dejamos que baje un poco el sol y, después de otro refrescante baño en otro pozo cercano, nos dirigimos a la montaña de cristal y al impresionante desierto blanco, disfrutando de una conducción  entre dunas y valles de otro planeta, bajadas impresionantes que nos hacen sentir el peligro del pilotaje al límite y que nos llevan al corazón del Desierto Blanco, con sus formas esculpidas por la erosión en la roca caliza que nos recuerdan a los sueños de Tim Burton en “Pesadilla de Navidad”.
Montamos, bueno, nos montan el campamento para pasar la noche con la estrellas como techo, pero eso ya sera otro post.

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