jueves, 9 de septiembre de 2010

2 y 3/09/2010







Luxor, la tierra prometida.

Nos levantamos y, como viene siendo habitual durante nuestro recorrido en el oasis, somos los únicos en el comedor para desayunar: cosas de viajar en estas fechas.
Iniciamos camino dirección Luxor. En algún lugar perdido del desierto dejamos a  Kevin (el guardaespaldas) y seguimos hacia Luxor por unas carreteras que parecen no tener fin: sólo algunas indicaciones en el horizonte que nos informan de que vamos en el sentido correcto y la distancia restante a Luxor.
Al fin, Luxor. Pero antes, el majestuoso e inmenso Nilo, rodeado de verde y verde. Tras varios días de marrón y arena, es un cambio que sorprende a la vista.
Pasamos el puente que cruza el Nilo y conecta lo orilla occidental con la oriental, donde nos espera el representante local de la agencia, Badaouin, que nos da la bienvenida y dejamos las maletas en el  Sheraton.
Recorremos la ciudad en dirección a Karnak y empezamos a ver vida por la calle: calesas, taxis, gentes y turistas. A un lado el impresionante templo de Luxor y más adelante la nueva entrada a Karnak.
Para aquellos de vosotros que lo conozcáis de años atrás, deciros que ahora se entra primero por un edificio nuevo, donde hay una  maqueta del lugar y fotos de la reconstrucción del templo. Aunque también hay que decir que esta construcción ha dejado sin hogar a unas cuantas personas.
Karnak es simplemente impresionante. Para quien no lo sepa, es un complejo de varios templos que constituye un gran templo de diferentes épocas. Para nuestra suerte, casi somos los únicos visitantes: las ordas de turis están llenando sus estómagos y nosotros, tan ricamente, disfrutando de esta maravilla; con calor, pero solos.
Paseamos entre esfinges y cruzamos el primer pilono. Dejamos a un lado los primeros templetes, dedicados a la tríada tebana, se suceden las estatuas de antiguos faraones y llegamos a la gran sala hipóstila, con sus grandes columnas que nos hace parecer enanos. Dejamos perder la imaginación en el templo mientras Abu nos cuenta el significado de las historias narradas a través de relieves de sus paredes.
Nos dejan en el hotel y comemos algo por la zona. Como el sol y el calor es abrasador,  nos ponemos el bañador y hacemos uso de la fabulosa piscina del hotel; en fin, disfrutamos de la puesta del sol sobre el Nilo.
Somos un euro con patas. ¡Dios!, ¿no sabe esta gente que NO es NO?  Nada mas salir del hotel los caleseros, los taxistas y los de las falucas nos acosan, ofreciendo sus servicios de forma insistente y persistente, hasta que Ana, en un alarde de “paciencia infinita”, les dice. “¡Que no me entiendes, que NO es NO!”. Y el pobre acosador se retira apesadumbrado por su mala suerte. Los de por aquí aún no saben que están intentando hacer negocio con un par de viajeros bastante curtiditos en estas cuestiones.
Damos una larga vuelta por la ajetreada ciudad, cenamos unos “mezze” en una terraza  y vuelta al hotel  en busca del reparador sueño “by walking, of course”.
Nos levantamos a 6:00am,  medio dormidos bajamos a atracar el buffet del desayuno. Aquí ya no estamos solos y nos rodean más turis que hacen lo propio.
7:00am, Abu nos espera en el hall del hotel para comenzar las visitas de hoy. La primera es para el Valle de los Reyes: tres tumbas visitamos, como si de Indiana Jones se tratara, cruzamos el umbral y bajamos al  interior de la tumba de Tutmosis III,  con sus dos salas pintadas como si fueran un cómic de la época y con su sarcófago en forma de cartucho. Salimos de ella como si nos hubieran lanzado cubos de agua encima, chorreando de sudor. La siguiente tumba a la que entramos es la de Ramses III, que tiene la particularidad de estar inacabada y de contar en su interior con bajo-relieves de músicos. Por último visitamos la del padre de los Ramses, la tumba de Ramses I, una tumba más sencilla y pequeña con un gran sarcófago que  ocupa casi toda la estancia.

Dejamos este valle y nos dirigimos al magnífico templo en forma de terrazas de la reina Hatshepsut. Su forma impresiona al visitante, aunque sus interior, después de ver las tumbas reales, nos deja algo de desilusionados. Por cierto, como no hicimos provisión de agua y el sol cada vez es más fuerte, nos vemos en la obligación de ser sableados en la cafetería del templo y pagamos una botella de agua mineral a 15 libras egipcias (cuando al lado del hotel la estábamos pagando a 2,5 libras).

Por último, antes de dejar la orilla occidental vemos los siseantes colosos de Memon que cantan a la aurora, como decían los antiguos griegos.
Ya en la orilla oriental, la última visita del día: el templo de Luxor. Otra vez al ser casi la hora de comer lo tenemos para nosotros solos y aunque visto desde fuera la noche anterior nos había parecido pequeño, cuando cruzamos los pilonos quienes se hacen pequeños somos nosotros. Luxor bien vale la visita con el calor y todo: con su sala hipóstila, las grandes estatuas de Ramses vigilándonos, al fondo una  capilla cristiana del tiempo de los romanos con los emperadores pintados, como si fueran apóstoles (¡mira que era cachondo el césar!) y al comienzo del templo y en altura, lo que nos indica lo enterrado del templo, una antigua mezquita del lugar.
Finalizamos la visita, comemos algo, nos retiramos al hotel para aprovecharnos de su piscina y de paso, pagándolas a precio de oro (será porque son rubias), deleitarnos con el sabor de dos Stellas bien frías.
Repuesto en cuerpo y alma salimos a retomar el pulso a esta ciudad de noche, con la vida que resurge tras la ruptura del ayuno en los días de ramadán. Esta vez negociamos con un calesero que nos lleve al mercado por tres libras y, mientras nos conduce al mercado, no hace otra cosa que intentar convencernos para hacer una ruta o esperarnos para volver al hotel o llevarnos de tiendas. Hasta que Anashepsut lo pone firme como si de la mismísima reina  Hatshepsut se tratara.
Recorremos las calles del zoco turístico y el zoco de frutas o egipcio en el que los locales hacen sus compras. Algunos caleseros que recorren el lugar nos dicen que si somos egipcios, ya que solo ellos van andando.
Después de de varios intentos y una cerveza, descartamos encontrar un restaurante indicado en la “lonely” y acabamos en el italiano del hotel cenando alguna cosa.
Al subir a la habitación, bajo la puerta un sobre con una nota del hotel que nos indica que nos han llamado de la agencia avisándonos de que se retrasa nuestra salida.

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